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lunes, 9 de noviembre de 2009


Había ardillas, no muchas como otras veces...

Al principio con timidez, el pequeño explorador se acercó cauteloso, listo con un cacahuate clavado en una vara... Era un momento mágico, de esos que se ven en las películas, como si estuviera en cámara lenta una pequeña ardilla descendió del árbol lista para el suculento banquete, mientras tanto, los ojos del pequeño se transformaron, se llenaron de luz y de ilusión, satisfecho y orgulloso de si mismo por su logro.

Fue su gran aventura, adentrándose entre los árboles, corriendo de un lado a otro, tan seguro, tan feliz... Pronto soltó la vara y continuó repartiendo las semillas directo con su pequeña mano, ¡aquello era todo un safari!. Nuestros ojos se deleitaban solo de mirar a este valiente de cuatro años, no se puede decir mucho cuando estás en un momento tan mágico; Dios mismo presentándose a éste pequeño y jugando con él...

Mientras tanto la pequeña artista, lo contemplaba todo desde un lugar seguro y cuando al fin encuentra las fuerzas para repetir la hazaña de su hermano, la ardilla sale huyendo y ella decide que mejor se come sus cacahuates... mi dulce soñadora vive la vida a su propio ritmo, se cobija en los brazos de su papi y allí disfruta su aventura, ella no conquista el mundo, conquista nuestros corazones y sin palabras siempre me recuerda que Dios está allí presente...

Con una vara en su mano y sin poder articular palabras, la más pequeña, señala a las ardillas, se emociona y brinca cuando la acercamos para darles de comer... ¡CUCU! les grita, las persigue con la mirada y nos hace saber que si pudiera saldría corriendo detrás de ellas, esta chiquita nos alegra a todos, reparte abrazos y sonrisas mientras que sus enormes ojos parecen devorarse el mundo...

Aquí encuentro la belleza, al contemplar junto a mi amado a estos pequeños seres, que me reflejan una parte del cielo que Dios quiso traer a esta tierra.

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